No querras saber lo que guardan los rincones de este amasijo de neuronas, quizas te lleven a la locura, quizas a la muerte, quizas a la gloria. Elije con cuidado

14 junio 2010

érase un 25

La plaza era una fiesta. El primer grito de insurrección acababa de ser dado y el pueblo festejaba.
La gente, la masa y el baguyo social se arremolinaban alrededor del Cabildo, el lugar de reunión de los primeros patriotas. Y claro, de los primeros burócratas. La plaza estaba partida en dos por una inmensa recova que parecía una pequeña muralla cochina. Debajo de la recova,   todo un símbolo de época, había locales comerciales. Las mujeres los miraban desde las aceras, rara vez pudiendo comprar algo, dejando en el piso las marcas ondulantes de polvo que arrastraban desde la calle, barriéndolo con sus vestidos. Porque a pesar de que en los libros de registro del Virreinato figuraba una cuota de gastos de pavimentación, eso no había ocurrido: el dinero había ido a parar a una escalera de mármol de Carrara para la casa de dos pisos de un funcionario de la Corona. Hasta el siglo XXI, se repetiría la historia, ya que los políticos heredarían el curro del Virrey, como luego las fuerzas armadas el de los granaderos.
La plaza era una fiesta. Los vendedores ambulantes ofrecían por doquier sus mercaderías. Entre ellos, había algunos que, aprovechando el grito insurrecto, ofrecían sus productos libertinos: había llegado el momento de desbancar al Cártel de la Corona. El pueblo estaba saturado del torpe cáñamo que trajera Cristobal Colón. Era caro y tardaba en pegar. Encima, mejor que no se le ocurriese al incauto reclamar diciendo que eso no pegaba un carajo, porque sería azotado en la plaza por oren virreinal. La expresión "no pega un carajo" fue acuñada en la propia travesía de Colón, cuando un polizón de la Santa María ( y si, ¿o creían casualidad que se llamase así?) fue obligado a sellar con una pasta de cáñamo y saliva las tablas que se habían roto en el carajo, el puesto de vigilancia del barco. Pero el cáñamo, de tan húmedo, no cumplía ningún efecto adhesivo. De ahí el grito que devendría expresión: "Esto no pega un carajo". El Virrey la aborrecía, pues nunca había logrado una cosecha cumplidora. Entonces, cuando alguno la pronunciaba, se ganaba latigazos en la plaza, a menos que exclamara: "Sí pega, pega como loco".
La plaza era una fiesta y ahora los hermanos Pedro y Juan Cavallero ofrecían su producto. Eran guaraníes y manejaban el punto rojo, una mercancía elaborada artesanalmente, con la propiedad de reducir los ojos a un ínfimo punto.....rojo. El Mercosur no existía, pero si un gran sentimiento anti-monárquico. Liberados de aquel monopolio, los hermanos Cavallero pregonaban la excelente calidad, el bajo precio y el nacimiento en el Nuevo Continente de su producto: "es rico, fresquito y sano/lo alivia de todo despojo/vecinos aquí tenemos el económico punto rojo". Cantaban a coro, con sonrisas amplias para las damas polleronas,
En el lado sur de la plaza, en la calle De las Torres (luego Rivadavia), se instalaron los charrúas, miembros de un pueblo indígena que llegó del balneario del este, al norte del río. Lo suyo no era de elaboración propia, sino del botín que le habían mejicaneado a un tal Solís, que de tan ebrio, perdió su ruta y encalló en la costa norte del Mar Dulce, cerca del asentamiento que los lugareños llamaban Malvino, vaya ironía. Ahora el sitio se llama Malvín, en Montevideo. Todo lo comestible que contenía la embarcación (harinas, granos, aves incluso vacunos y hasta la tripulación y el mismísimo Solís) quedó para consumo de la tribu. Pero como no conocían la práctica de fumar, los más civilizados decidieron llevar a la plaza de Santa María (otra vez) del Buenayre (fresco y dulce) aquellos racimos verdes, de tonos violetas y anaranjados, para ver cuánto podían sacar por eso.
Bajo la recova, coquetamente instalados, los conquistadores, ya a punto de convertirse en ex conquistadores, ofrecían cáñamo de segunda a los pobladores, aún con un mínimo respaldo  de lo que quedaba de las milicias de la monarquía, esos pocos hombres que salían a fumar al frente de su fuerte, ubicado al este de la plaza, donde hoy está la Casa Rosada. Los milicos fueron los primeros "ortivas". En las calles de tierra del puerto eran frecuentes las ortivas, unas ramitas malvadas que se pegaban a la piel y te hacían desangrar, que eran una verdadera molestia. Una "ortiva" era una mujer molesta y luego también un hombre molesto. Fue lo que se conoció mas tarde como "un grano en el culo" y, bastante después, como "una ramita en el faso".
La plaza era una fiesta y en tres zonas se apiñaba el pueblo: el rango de acción de los Cavallero, los charrúas y los ex conquistadores. La América que dejaba de ser colonial sólo sumaba problemas a la Corona: tenían líos con Napoleón, británicos y portugueses querían ocupar sus colonias, los yanquis del norte se querían quedar con sus negocios y habían creado una agencia de inteligencia contra el tráfico de estupideces (lo que los españoles vendían, considerando al negocio como patrimonio virreinal, al igual que hoy). Pero ahora les aparecía otro problema: mientras mantuvieron las colonias bajo la órbita de la Corona, la venta de cáñamo era comercio interno; pero al librarse, se convertían en estados soberanos y en tráfico internacional. El rey, incluso,  tenía muchísimo miedo de ser extraditado al estado del norte, que para más ya venía infiltrando agentes entre los ciudadanos del sur.
Como la plaza era una fiesta, la venta dio para todos. Los charrúas liquidaron lo suyo de inmediato a un mayorista, antes conocido como proveedor y hoy como reducidor. Los de la recova vendieron como siempre, porque con la masiva concurrencia popular a la plaza, la presencia de competidores y hierba de mejor calidad no incidió en su negocio. Los hermanos Cavallero lograron imponer lo suyo con muchas expectativas a futuro. Cuando la noche caía, fuera de los bares, en las aceras, se apiñaban los esclavos en vías de liberación. recogiendo pequeños restos de aquella hierba mágica que tan rico olor largaba. Les parecía mejor que el perfume de las damas que soñaban penetrar, pero como lo que conseguían de desecho era muy poco (lo llamaban "tuka", como en el continente negro se le decía a lo pequeño), lo fumaban en pequeñas rondas bien cerradas, para no tardar en pasar la hierba envuelta en cualquier papel y que no se desperdiciase el humo. La clase media de la época que ya los miraba celosamente como posibles empleados domésticos, se reían del modo en que fumaban: "Mirá lo que hacen los cariocas", se decían el uno al otro. De hecho, la del 25 de Mayo de 1810 fue la primera ronda de carioca de la historia.
Los hermanos Pedro y Juan hicieron pie en la posada de los Tres Reyes, un lugar concurrido por ilustrados de la época y los patricios vernáculos, que impulsaban la fundación de una república. En un rosqueo político, patricios y guaraníes acordaron en declarar símbolo nacional a la flor del cogollo. Sabían que, a partir del éxito de su mercadería , lograrían huestes de seguidores ávidos de fumar. Pero los patricios los embaucaron y fundaron la política nacional moderna, al cerrar un trato con los terratenientes y productores agropecuarios para declarar flor nacional a la del ceibo, por ser más "distinguida".
El bar de Marcos, situado en Santísima Trinidad y San Carlos (hoy Bolivar y Alsina) estaba atestado de los comerciantes que habían preferido el cáñamo de la recova y, por tanto, no estaban muy convencidos de la insurrección. Cuanto más cigarros armados del producto de la Corona consumían, más estúpidamente obsecuentes quedaban. Y poco a poco se iban retirando del lugar para jugar a la rueda de la fortuna, una suerte de ruleta de época que patrocinaba De la Cuesta, intendente del momento. Por su parte, los compradores de los hermanos Pedro y Juan entraban fumando, conversando los cambios que se avecinaban y dialogando a los gritos, entre carcajadas y tosidas, sobre qué pedirían de cenar, todos notoriamente hambrientos. Si bien ante lo desconocido sentían cierto temor, el humo del punto rojo los envalentonaba.
Se dice que todos estos grupos que descubrieron la variedad del cáñamo aquella ilustre jornada se convirtieron, con sus contradicciones, en las primeras columnas de combate de las fuerzas libertadoras que lucharían contra los enemigos de la independencia y que, a la postre, terminarían dando forma a la república.
El combustible para tan gloriosa gesta fue el faso, esa encantadora alegría de ser libre, y encima, soberano.....





Fuente: revista THC

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